Juan Gelman ...

Friday, January 04, 2008

codigo 46




Código 46 es una película de ciencia ficción y eso, en el caso de un director como Michael Winterbottom que filma desde hace una década casi a razón de dos películas por año, no es decir mucho. Pues el género, para este hombre, parece ser una excusa que sirve de partida a sus ficciones y de la cual éstas se desprenden con bastante rapidez. Pero a eso ya volveremos luego. La trama se desarrolla en un futuro que a primera vista se parece demasiado a nuestro presente. El código que le da nombre a la película reza que si una pareja tiene compatibilidad genética igual o superior al 25%, no podrá relacionarse sexualmente ni concebir prole. De hacerlo, el feto deberá ser inmediatamente eliminado y ambos sufrirán prisión, o exilio.
Y el exilio parece ser el peor castigo imaginable para quienes viven adentro, aunque su existencia se limite a habitar una cárcel de proporciones planetarias. Es que el mundo del que hablamos está dividido en dos ámbitos absolutamente desiguales: el interior y el exterior. El primero está dominado por la tecnología, tiene todo el confort imaginable, goza permanentemente de una luminosidad casi aséptica y cuenta con la supervisión protectora de La Esfinge Que Todo Lo Sabe, ente nunca visto al que los personajes se refieren una y otra vez como a una autoridad impersonal, corporativa y dueña de suprimir sectores de su memoria... o de decidir sus preferencias sexuales en pro del "bien público".
El conflicto central surge cuando William (Tim Robbins), intuitivo de Seattle al que le basta hablar con la gente para conocer hondamente lo que piensa, es asignado a investigar en Shanghai la falsificación de unos papelitos oficiales que funcionan como pasaportes para acceder al exterior sin peligro de sanciones. El problema concreto de William aparece cuando descubre que la falsificadora es María González (Samantha Morton) pero, en lugar de cumplir con su trabajo e informarlo, se enamora de ella y decide encubrirla. Ese encuentro, como ya se imaginarán ustedes, tendrá consecuencias harto peligrosas para los dos.
El cuento es claro, sencillo y ya ha sido contado miles veces. Lo que puede hacerlo diferente es la forma en que nos lo cuenten. Lo que sucede con Winterbottom, tanto aquí como en la tragedia decimonónica Jude (que se estrenó en la Argentina hace años) y en el western The Claim (que puede verse por cable), es que el género, con sus pautas y circunstancias de origen, le interesa más bien poco. Esto no está mal en sí mismo, pero hace que estos films despierten unas expectativas que son prontamente defraudadas. Además, y al menos en estos tres casos (no he podido ver su filmografía completa), se vale de esquemas narrativos clásicos sólo para disolverlos en una inmediatez conseguida a fuerza de primeros planos, planos detalle faciales viciados por la fealdad, alguno que otro ralenti y repetitivas tomas panorámicas.
En torno del cine de Winterbottom la crítica usa, nunca peyorativamente y siempre con demasiada facilidad, el adjetivo “posmoderno”. Como soy incapaz de precisar todo lo que aquél abarca no intentaré definirlo, pero sí quiero acotar que la multiplicidad de signos que proliferan en la película (hombres y mujeres que hablan un inglés adornado de vocablos españoles, italianos y franceses; pop occidental interpretado por cantantes orientales; imágenes superpuestas y registradas por computadora; video; mini cámaras; celulares; proyecciones pseudo-holográficas) es menos caótica de lo que parece y responde a la misma lógica binaria del poder que se propone criticar. La falsa –y superficial, por gruesa– oposición entre las urbes concentracionarias de adentro y las miserables pero libres ciudades de afuera queda expuesta por el idéntico modo en que Winterbottom las filma (desde un helicóptero), y por la caracterización exótica y pintoresca del Tercer Mundo. Así, lo suyo se limita a proponer que el planeta es cada vez más desigual y autoritario, idea bastante banal y para nada novedosa dados los tiempos que corren. Y sus héroes no se proponen otra aventura que fraguar documentos para ir a ver murciélagos detrás de la frontera, o protagonizar un adulterio que los aleje un tanto de la rutina familiar.

Historias de la hstoria




Javier García Wong Kit



¿Qué tiene la historia que la hace tan atractiva para contar historias a partir de ella? En los últimos años, los best-seller han apelado al artilugio de revestir el pasado con intrigas, conjeturas y supuestos para hacerla más atrayente a los lectores, creando un híbrido de la novela histórica que tiene más de artefacto comercial que de trabajo literario.
El problema no está en la falta de rigurosidad científica, la alteración de hechos o la falacia, sino en la capacidad inventiva, que se puede comprobar observando que siempre tratan de cofradías secretas, tesoros escondidos, curas perversos e investigadores que se la pasan siguiendo pistas encriptadas en las cientos de páginas en las que debe –sí, debe- transcurrir la historia.
Personajes históricos con un pasado oscuro, héroes cuestionados, familiares del protagonista que fungen de narradores y millonarios arpías codiciosos de poder abundan en estas novelas donde las técnicas narrativas se limitan al suspenso y los argumentos no pasan de ser thrillers predecibles; salvo honrosas excepciones que suelen responder a escritores excepcionales.
Entre éstos últimos, se pueden contar a periodistas, escritores e historiadores que -al menos en América Latina- conforman un catálogo interesante que está más cercano a la tradición de los cronistas de Indias y el nuevo periodismo, que a los best-seller y la ficción histórica, donde la inclusión del escritor argentino Federico Andahazi bien puede ser cuestión de debate.
Desde el Premio Nóbel Gabriel García Márquez, que se adentró en los últimos días de Simón Bolívar, en la novela “El general en su laberinto”, y “Terra nostra” de Carlos Fuentes, hasta el no menos valorado Tomás Eloy Martínez, con “La novela de Perón”; se dan cuenta de escritores que no han tenido problemas en hacer ficción con acontecimientos de la historia.
La tarea artística está en la caracterización del personaje, la orquestación de los usos temporales (ambientación de la época, manejo del lenguaje y circunstancias propias) y el enriquecimiento del relato –como en toda novela- mediante detalles que puedan interesar para la novela; sin descuidar por supuesto la trama en sí y lo que con ella se pretende contar.
La investigación y los mecanismos periodísticos no son ajenos a estos escritos, donde periodistas como el propio Martín Caparrós, quien antes de “Valinfierno” publicara “Amor y anarquía”, novela biográfica sobre Soledad Rosas, argentina acusada de terrorismo en Italia, han demostrado el grado de parentesco que pueden alcanzar la historia y el periodismo literario.
El caso de Ricardo Piglia, con su novela “Plata quemada”, es una muestra más de las posibilidades que puede alcanzar este género. Allí, el autor, quien también se atrevió a ficcionar a partir de hechos específicos de la vida del escritor Roberto Arlt, trabaja la investigación policial sobre un robo en la Argentina de 1965, para construir una novela verídica que está empapada de realidad.
Su acceso a documentos confidenciales le permitió tramar una historia altamente emparentada con la aventura del “nuevo periodismo”, que iniciara Truman Capote y “A sangre fría”, en una vertiente innovadora y creativa del relato a base a datos reales, de la que también –cabe mencionar- beben géneros como el biográfico y de aventuras.
Mención aparte merece Juan Esteban Constaín, historiador colombiano que con el libro titulado “Los mártires”, da un peculiar giro a esta tendencia al construir una serie de relatos sobre escritores, artistas y filósofos donde la verdad histórica es menos importante que la verosimilitud de la ficción o el juego literario de los personajes.
El de Esteban Constaín es un libro dedicado a la literatura, a los escritores y a las historias, más que a la Historia en sí misma; donde la contemplación, obsesiones, destinos y condenas de los Joseph Conrad, Miguel de Cervantes, Charles Dickens, Chateaubriand, entre otros, conforman retratos fieles de sus espíritus, relegando a los acontecimientos por los que fueron conocidos a un lugar expectante.
Tal como se declara en el prólogo, la ópera prima de Esteban Constaín rinde un homenaje a los escritores que menciona, indicando que “... el arte es quizá el mejor y más hondo testimonio de la realidad, y las biografías de sus amanuenses dan cuenta de cómo se puede existir mientras se tienen las riendas de la conciencia atadas a los dientes”.
Estos principios, que el autor aplica a sus falazmente retratados –como Marcel Schwob en sus “Vidas Imaginarias” o Jorge Luis Borges en “Historia Universal de la Infamia”- puede regir a “Los mártires” que, en buena cuenta, aproximan lo real a la literatura, demostrando que aún en la verdad hay hechos fantásticos que, de ser contados, deben mantener en pie el mito.

PABLO DE ROKHA Y WILLIAM CARLOS WILLIAMS EN NUEVA YORK



Oscar Barrientos Bradasic.



No existe un nombre preciso en los estudios literarios para conceptualizar el encuentro entre dos escritores como un intercambio y convergencia de sensibilidades estéticas. En inglés el término crossover puede por algunos instantes sacarnos del aprieto y se trata, en definitiva, de la construcción de un acontecimiento que acaricia la realidad desde la historiografía pero que, en gran medida, también es elaborado por sus exegetas hasta crecer en el tiempo como una suerte de mitificación progresiva.Se habla hasta la saciedad de la tormentosa noche de Ginebra donde Mary Shelley y John W. Polidori concibieron “Frankenstein” y “El vampiro”, dos obras tutelares de la novela gótica. En tiempos pretéritos, el tan improbable como deseado encuentro entre Shakespeare y Cervantes tuvo como línea argumental una obra que habría escrito el célebre dramaturgo inglés basado en la novela de Cardenio, paraje bucólico al cual se hace referencia en el romance de Don Quijote.Un poco más afincada en la realidad pero no menos teñida por el halo legendario que le imprimen todos sus biógrafos es el encuentro entre Borges y Neruda donde ambos coincidieron en corroborar la pobreza estilística del idioma español para escribir poesía. Nadie puede negarlo del todo, pero reconozcamos que nos gusta pensar que fue completamente cierto y las sucesivas tertulias literarias, congresos filológicos y discusiones de café irán sumando nuevos recortes a esta postal borrosa, a la manera de un collage.Menos estilado y recurrido es el encuentro entre Pablo de Rokha y William Carlos Williams en el Council for Pan American Democracy de Nueva York, el domingo 17 de diciembre (presumiblemente del año 1944). El acto contaba con el patrocinio de El Consejo Pro- Democracia Panamericana.¿Cuánta certeza o qué neblinas podemos avizorar en torno a dicho acontecimiento?
Se produce en el marco de una gira que Pablo y Winétt de Rokha hacen por América Latina y Estados Unidos gracias a la iniciativa del entonces Presidente Juan Antonio Ríos quien los nombra embajadores extraordinarios en el marco de una misión cultural. El matrimonio dictó conferencias en las principales universidades del continente y fueron recibidos en el país del Norte por el Presidente Rossevelt. Se sabe que leyeron poemas en el Salón de los Héroes de Washington.(1)El poeta en su autobiografía “Amigo piedra”(2) describe la ciudad de Nueva York como una gran Babilonia atestada de prostitutas y oficinistas, por donde se puede oír el lejano lamento de Whitman como la atmósfera desdibujada de las ruinas. Para De Rokha, Wall Street será el carnaval grotesco del espíritu mercantil y la prueba máxima de la degradación de la sociedad capitalista norteamericana. A pesar de todo, subsiste en su prosa barroca y sustanciosa una profunda conmiseración por quienes habitan este enorme país.
“El pueblo es bueno, como todos los pueblos de la tierra, como el pueblo chileno, como el pueblo español, como el pueblo hebreo, su politización precaria lo sitúa en el sitio del gran niño de Norteamérica, frente a frente al hombre de negocios que es la caducidad definitiva, es decir, la negación del anciano que es lo más podrido que existe, y el yanqui popular atraviesa en bicicleta de la casa a la cocina, ingenuamente. New York es nueva, hecha con materia vieja, con intestinos, con vísceras, con cerebros machacados y amasados, con sudor, con dolor, con terror de trabajadores, y precisamente con trabajo pagado, robado a los obreros muertos, porque de ahí la capital de la plusvalía”
O este otro párrafo tan genuinamente rokhiano para referirse al célebre edificio Empire State como la gran Torre de Babel del imperio y pandemoniun de las contradicciones del Gran Capital:
“Naturalmente nos quedamos boquiabiertos frente al Empire cuando día a día vamos al Martinique Hotel, el hotel nuestro y lanzamos un escupo al cielo, porque sabemos que por dentro del inmenso y espectacular edificio camina el gusano y la víbora de la explotación del hombre por el hombre”
Ateniéndonos a los datos que tenemos a nuestra disposición en este caótico esfuerzo bibliográfico sabemos que el matrimonio fue presentado por H. R. Hays. El célebre escritor, antropólogo y docente de la Universidad de Yale denominaría a Pablo de Rokha como “centrode tormenta de la poesía de América”. También se hallaban presentes figuras destacadas de la poesía angloamericana tales como Margaret Finley, Fred Field, Marion Bachrach N. B. Sprathlin, Archibald Mac – Leish y también el político boliviano José Antonio Arze.
Entre los asistentes a esta reunión se encontraba un hombre calvo y de fisonomía resuelta que solía lucir corbatas de humita. Respondía al nombre de William Carlos Williams.(3)Hasta aquí los hechos ingresan en esa zona siempre nebulosa, similar a un teatro de sombras que confunde la ficción con el designio siempre ambivalente de lo real. Quisiera, en honor a este último aserto, aventurar el ejercicio de la fabulación razonada.¿Qué poéticas convivían en aquel cenáculo de Nueva York? ¿Qué rasgos amalgamaban y divorciaban a ambos autores?. Creo que William Carlos Williams heredó de su abuela Emily Dickinson la necesidad de escribir una poesía donde la certeza de la voluntad creativa anule cualquier adjetivo superfluo. Fue contemporáneo de Hilda Doolittle y Ezra Pound. Es un poeta que reformula los límites aparentemente inamovibles de las viejas estatuas modernistas y que luego se liga estrechamente al imaginismo, privilegiando un lenguaje concreto y preciso, en lugar de la imagen artificiosa propia de la poesía victoriana. Toda esa reflexión lleva a William Carlos Williams a abrazar la coloquialidad, a preciar la fluidez del habla como el gran trofeo del lenguaje poético, acusando que éste había caído en lo empalagoso y altisonante.Su categorización del poema tiene vínculos muy decidores con la perfección de la imagen casi como susurros de una arquitectura conceptual oculta en las entretelas del lenguaje cotidiano. Ya intuía que la música de las esferas celestiales era el ritmo del pensamiento, es decir, el habla.
Todo está enel sonido. Una canción.Muy rara vez una canción. Debierade ser una canción – compuesta dedetalles, una avispa,una genciana – cosasinmediatas, abiertastijeras, de una damalos ojos – despertandocentrífuga, centrípeta
Pablo de Rokha, en cambio, coincide en algunos abordajes pero apuesta casi siempre por el maximalismo, por un verso que fluye como un río desbocado. Para adjetivar la poesía rokhiana se han utilizado tantos adjetivos (casi todos esdrújulos): oceánica, dramática, épica, metafórica, cosmogónica, mítica, ditirámbica, apolínea, báquica. Pero, ante todo, es el primer poeta nacional que se ajusta al habla cotidiana propiamente tal y su chilenidad trasunta el ritmo del lenguaje oral, siempre matizado por la dimensión prosaica y cierto sentido bíblico para dibujar la épica popular y proletaria.De Rokha siempre ha sido el gran guerrillero de la poesía chilena, el luchador incansable cuya poesía vernacular y vanguardista, pantagruélica y proletaria constituye la mirada más genuina al Chile no arrasado por los coros de utilería de la modernidad. Su desarrollo poético fue lamentablemente ninguneado y sólo rescatado muy posteriormente como uno de los gigantes de la poesía hispanoamericana.
Pequeña~pequeña y sutil, morenita como las esposas de "La Biblia" o los lirios dilectos del Ganges, graciosa, melodiosa, misteriosa, llena de innumerables destinos augustos, egregios, y pálidas adivinaciones, humilde en su virtud, humilde y humilde, grandes los negros ojos negros, chiquito el pie, anda por las vías eternas acariciando los acontecimientos rientes, las desgracias que visten mortuorios lutos amarillos, el gesto fluvial de los llantos, el gesto fluvial de los llantos, la montaña, y el insecto maximalista, ácrata o filósofo, acariciando, acaparando la vida y los sepulcros con mimos de gatita joven.En aquel montoncito de carnes sumisas, humanas, heroicas, florales, viajeras, canta el ilustre mar, la tierra orlada de trigales intermitentes o sonoros nidos, los cándidos cielos musicales, Dios, Satanás, el viejo instinto negro que sonríe a la nada desde los subterráneos del hombre y la materia.Se parece a las banderas del pueblo: el modestísimo olor a gestos rurales, la religiosidad honrada y honesta que diluye su ateísmo profundo como las aguas eternas de las tumbas, su ateísmo, lo ensimismado, lo virtuoso, l0 tranquilo de las diarias maneras exteriores, el sentido de la divinidad aureolando sus huesos a cada instante del a cada instante, tienen un no sé qué tan evangélico que evoca, ¡oh!. que evoca la leyenda del lugar...
William Carlos Williams desarrollaría un amplio proyecto donde poesía y prosa se funden en un lenguaje integrador y que tituló Paterson, allí conviven metáforas de gran calibre con spot publicitarios que se diseminan en torno al tópico de la depresión económica del 29. “Literatura patológica” fue el lapidario juicio con que la ortodoxa crítica chilena midió Los gemidos de Pablo de Rokha publicado en 1922, donde la ciudad aparece como el gran espejo esperpéntico de una modernidad injusta y baldía. Entre ambos proyectos hay más de algún cruce.Ambos poetas compartían el imaginario totalizante de una poesía que se incrusta en las palabras por calles, ferias y plazas. Uno de ellos parecía un patriarca que proclamaba sagas homéricas y desgarradores himnos a la era de una revolución naciente donde convivían tanto Marx como Nietzsche. El otro, huía del florilegio verbal para coronar su periplo con la supremacía de la imagen poética.Y aunque el crossover, por esencia, siempre tiende a la alegoría, es hermoso imaginar en una tertulia neoyorquina al huaso de Licantén que cantó la epopeya de la chilenidad junto al poeta que viajaba entre las olas tumultuosas del viejo Brueghel.

NOTAS
(1) Posteriormente Joy Davidman en 1943 publicaría “War Poems of the United Nations” (Nueva York) e incluiría en representación de Chile a Winétt de Rokha, Pablo Neruda y Pablo de Rokha.
(2) El amigo piedra. Pehuén editores (1989) Retrato de mi padre escrito por Lukó de Rokha.
(3) La presencia de William Carlos Williams está confirmada por el propio De Rokha en el libro Suma y destino de Winétt de Rokha (Editorial Multitud, 1951) en la sección Cronografía, donde comenta poéticamente la vida de su esposa.